A comienzos de febrero de 2002, los trágicos acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York estaban muy presentes en la mente de todos. Se había producido ya el derrocamiento armado del régimen talibán de Afganistán y estaba funcionando la irregular prisión de Guantánamo. Pero Bin Laden había desaparecido, existían rumores de otros atentados o intentos de atentado y, en general, el mundo occidental tenía miedo. La disposición psicológica de la mayoría, particularmente en Estados Unidos, se antojaba muy favorable para el discurso simplista del presidente Bush que, en resumidas cuentas, venía a decir: “O nosotros, o ellos”.
En tales circunstancias se abrió en Boston la reunión anual de la Asociación Americana para el Avance de las Ciencias (AAAS), seguramente la organización que más y mejores científicos reúne en el planeta. El discurso de apertura había sido encargado tiempo atrás al Presidente, el botánico Peter Raven, de la Universidad de Missouri. Había cierta expectación. ¿Qué dirían los científicos tras el 11-S? ¿Reconocerían la existencia de un problema mayor, como era el terrorismo internacional? ¿Pondrían incondicionalmente su saber a disposición de las “fuerzas del bien”?
La presentación del Dr. Raven consiguió, y aún consigue, que muchos investigadores nos sintiéramos orgullosos de nuestra profesión. No rehuyó la realidad más inmediata. Desde el principio se refirió al “inmenso shock del 11-S”, pero relacionándolo con “nuestro descuido colectivo de los motivos que han ayudado a hacer de nuestro mundo un lugar inestable y peligroso” (se estaba refiriendo a las consecuencias negativas, agravadas por las desigualdades en el plano social, del agotamiento de recursos provocado por el enorme crecimiento de la población y el consumo, así como al efecto de algunas tecnologías). Enseguida añadió: “Aunque la prevención de actos específicos de terrorismo deba ser un objetivo inmediato, nuestro objetivo último tiene que ser (…) conseguir una sociedad global en la cual podamos vivir todos juntos en paz y justicia (…). El papel potencial de la ciencia y la ingeniería para alcanzar ese logro es trascendente y profundamente significativo”.
Casi seis años después, incluso reconociendo la seriedad de los problemas ambientales se suele argumentar que enfrentamos otros más importantes, como la pobreza y el terrorismo. Raven tuvo la virtud de poner todos juntos en el mismo plato, mostrando que son caras de un mismo y único problema. Los recursos mundiales son limitados y el deterioro ambiental los limita aún más, algunos consumimos demasiado mientras otros no tienen nada y, como decía el propio Raven invocando a Leon Fuerth: “Un mundo en el que el destino de tanta gente pobre y hambrienta no nos importe, nunca podrá ser un mundo seguro para nosotros”
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