sábado, 5 de abril de 2008

Transgénicos


El boicot a los transgénicos que mantiene una parte de la militancia ecologista es una posición ideológica respetable, aunque yo no la comparto. Asustar a los ciudadanos con hipotéticos riesgos para la salud de las variedades aprobadas en Europa es una práctica que no merece mis respetos. Justificaré este alegato con la ayuda de un testigo: la bacteria B. thuringiensis. Pero antes repasemos los 10.000 años que han transcurrido desde el inicio de la agricultura. Es preciso conocer el pasado, si queremos decidir sobre el futuro.

La biología no ha matado a Dios, pero sí ha refutado la divina providencia: la Naturaleza no tiene ningún interés en vestirnos y alimentarnos. A la luz de la ciencia, la agricultura es un proceso milenario de selección artificial de especies. Desde el Neolítico, el hombre ha resembrado cada año las mejores semillas de su anterior cosecha. Esta mejora genética contra natura se hace evidente al observar rasgos deseables de especies domésticas que son taras para sus ancestros silvestres. Se eligieron los especímenes de mejor sabor –menos tóxicos– y por tanto más vulnerables a sus predadores; fueron los animales más dóciles, incapaces de atacar y defenderse, los que engendraron las razas mansas. En esta simbiosis, el agricultor se comprometió a proteger sus cosechas de enemigos naturales, usando la tecnología disponible. Últimamente, hemos logrado sustituir algunos plaguicidas de destrucción masiva por otros más sostenibles y selectivos.

Un ejemplo estelar de esta estrategia es el uso de microbios, como B. thuringiensis, para controlar plagas. Esta bacteria se ha convertido en un aliado para los agricultores ecológicos que renuncian a usar agentes químicos, porque ataca a las larvas de insectos dañinos y es inocua para el hombre. Podría comerse a cucharadas sin problemas (no intente hacerlo con el DDT). Precisamente es una proteína de B. thuringiensis la que, mediante ingeniería genética, se ha introducido en el maíz transgénico que se cultiva en Europa, para protegerlo de una larva devastadora.

Los mismos grupos que defienden el consumo de productos ecológicos fumigados con la bacteria reniegan de su proteína cuando se integra en el maíz. Detrás del colectivo anti-transgénico hay argumentos quizá más respetables, pero menos sensacionalistas y, desde luego, poco prioritarios para el ciudadano, que sí se preocupa cuando se lanzan –falsas– alarmas sanitarias. Seamos serios y llamemos a las cosas por su nombre. En política todo vale, en ciencia, no.

Sacado de La ciencia es la única noticia

1 comentario:

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